Boleros cubanos
Hay quien afirma que El amor en los tiempos del cólera, la novela de Gabriel García Márquez, es un bolero de seiscientas páginas. En verdad la historia de Fermina Daza y Florentino Ariza trascurre en un ritmo lento e íntimo. La semejanza entre las palabras del Nobel colombiano y el género musical trascienden las meras coincidencias.
A menudo se confunde el bolero cubano con su homónimo español, derivado de la seguidilla. Un ejemplo de este último lo tenemos en el compuesto por el francés Maurice Ravel. El ritmo antillano, entretanto, surgió en el siglo XIX. Tuvo como origen a la trova santiaguera.
Entre sus primeros impulsores estuvo Pepe Sánchez, autor de Tristezas. Sánchez, sin instrucción alguna, asombraba a los músicos profesionales por la riqueza de su talento. Creó notables estructuras rítmicas.
Muchas de ellas se han perdido porque apenas las guardaba en la memoria o se las enseñaba a los discípulos, entre los que se encontró Sindo Garay. Se conservan algunas canciones, guarachas y boleros suyos.
El bolero representó la primera gran síntesis vocal de la música cubana. Está compuesto por dos períodos de 16 compases, separados por un pasaje melódico, llamado pasacalle.
Hacia la segunda década del siglo pasado un grupo de músicos cubanos le agregaron adornos con lo cual complejizaron su ejecución. Por esa época se tocaban varios tipos de boleros: bolero-moruno, bolero-mambo y el bolero-beguine.
Veinte años después el bolero traspasó los límites nacionales y varios artistas de fama internacional lo incluyeron en su repertorio. Sobresalen los casos de los mexicanos Agustín Lara y Luis Miguel. También el del boricua Rafael Hernández.
En Cuba se hizo muy popular el dúo de Tejedor y Luis, quienes interpretaban los boleros con un estilo muy peculiar. También se destacaron Tito Gómez y Barbarito Diez. Actualmente cada año se celebra un Festival Internacional llamado “Bolero de Oro”.