Cubanos grandes virtuosos de ébano
Oscuro como la tinta, el primero de los grandes virtuosos cubanos se llamaba Claudio José Domingo Brindis de Salas (1852-1911). Ganó el Primer Premio en el Conservatorio de París y Alemania lo aclamó como “el Paganini negro”.
Experto violinista, sus dotes le ganaron el nombramiento de Caballero de la Legión de Honor, Barón, músico de cámara del Emperador Guillermo II de Alemania. Se casó con una dama de la aristocracia germana. Regresó a América en la cúspide de la gloria y ofreció giras por el continente. Al final de su vida cayó en la miseria. Murió pobre.
La meteórica carrera de Brindis resulta bastante similar a la de sus compatriotas José White (1836-1912) y José Manuel Lico Jiménez (1855-1917). White, también violinista, se destacó por sus composiciones para piano y clavicordio. Llegó a dominar 16 instrumentos. Lo hizo famoso su Concierto para Violín y Orquesta, aunque se le conoce más por su tema La bella cubana, todo un clásico de la música en la Mayor de las Antillas.
El pianista Lico Jiménez fue apreciado por Wagner y Liszt. Este último lo honró con su amistad. Se estableció en Hamburgo, donde contrajo matrimonio con una noble alemana. Compuso varias obras importantes, entre ellas: Valse Capriche y Rapsodia Cubana.
Sus ejemplos reafirman la idea de que, durante el siglo XIX, existía en Cuba un importante movimiento musical. Desde el XVIII Esteban Salas dio a conocer las primeras melodías concebidas con acento criollo. Muchas de ellas inspiradas en los grandes del momento: Händel, Palestrina, Telemann y Haydn.
A principios del XIX se conoció la contradanza San Pascual Bailón con una estructura por completo novedosa. Con posterioridad vendrían las composiciones de Manuel Saumell (1817-1870) e Ignacio Cervantes (1847-1905), los dos primeros cimientos de la música cubana.