La explosión del ritmo
Cuba ha sido llamada la Isla de la Música. Más de 70 géneros musicales conviven en su historia. Hay quien dice que la Mayor de las Antillas representa, junto a Brasil y Estados Unidos, una de las tres plazas fuertes de la cultura popular en el mundo.
Toda esta riqueza musical sedimentó en la década que va desde 1940 a 1950. En ese período la rumba, el mambo y el chachachá tomaron por asalto los escenarios internacionales.
A inicios de los cuarenta El manisero de Simons formó parte de la banda sonora de una película norteamericana, Cuban love song. La Reina Victoria hizo tocar la pieza en una fiesta real. El éxito de Simons constituyó el primer paso de un complejo musical que se impondría poco a poco en los gustos foráneos.
La radio, joven y pujante, y la cinematografía llevaron a todos lados el exotismo de la cultura cubana. También la emigración de los artistas nacionales, que buscaban mejores oportunidades, contribuyó a difundir estos ritmos.
Por esa época Rita Montaner causaba furor en las capitales de Europa y Estados Unidos. Su potente voz interpretó allí temas tan hermosos como Bembé, Oggere, Sangre Africana y Tambó. Conquistó un éxito tan aplastante que se le llamó La Única, reina indiscutible de la radio.
Hacia 1947 Chano Pozo, de la mano de Dizzy Gillespie, invadió Nueva York. El show man cubano arrancó aplausos del público asistente al integrar elementos africanos en su interpretación del bop. Al mismo tiempo que tocaba su tambor, Chano era capaz de bailar y cantar. Alcanzó la fama definitiva el día que murió baleado en un café de Harlem.
Poco tiempo después, en 1949, Dámaso Pérez Prado creaba su primer mambo: Qué rico mambo. Hubo quien dijo que ese género musical había puesto el mundo patas arriba. Hasta la Iglesia se preocupó por limitar su difusión.
La colaboración entre Pérez Prado y Beny Moré data de la época mexicana de ambos. Para Pérez Prado sería definitiva, mientras el Beny regresaba a Cuba. Los dos se unieron para filmar películas y colocar varios números en lo más alto del hit parade azteca.
En 1951 Enrique Jorrín compuso su primer chachachá, titulado La Engañadora. Al principio se le consideró una mezcla de rumba con mambo, pero el tiempo aclaró el equívoco. También causó furor en México.
El chachachá fue el último gran triunfo innovador de la música cubana. El impulso de esta década prodigiosa se mantuvo hasta los sesenta cuando surgieron el mozambique y el pilón, de gran popularidad en el ámbito nacional. Sin embargo, no alcanzaron la difusión internacional de sus predecesores.