Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán: el binomio dorado de la música culta cubana
El chofer regresó apenado ante el magistrado. Señor, le dijo, en el tren sólo llegaron una negra y sus negritos. Alejandro García Caturla, desde su piel blanca y el sillón de juez, contestó, Precisamente esos eran mi señora y mis hijitos.
La anécdota aparece en varios libros del escritor cubano Enrique Núñez Rodríguez. Refiere al inicio de García Caturla como juez en Quemado de Güines, un municipio de la provincia Villa Clara.
El magistrado llegó primero al pueblo. Unos días más tarde envió al chofer a que recogiera a su familia en la estación. Los prejuicios raciales jugaron una mala pasada al empleado. Tuvo que volver a la estación y presentar sus disculpas a «la negra y los negritos».
La música cubana tiene un fuerte componente africano ligado a la raíz española y a un poco de influencia francesa. Durante todo el XIX se hizo hincapié en el ascendiente europeo. La música culta estuvo ligada a la ejecución de los grandes del siglo: Beethoven, Liszt, Wagner. Sin embargo, a partir de 1920 y 1930 comienza a tomar cuerpo una ola de recuperación nacionalista que fusionó parte de los ritmos populares con la alta armonía.
Uno de sus iniciadores fue Alejandro García Caturla (1906-1940). Su arte vinculó las raíces de la cubanía con lo más novedoso que en materia de música se hacía en la época. En La Rumba (1933) integró los cantos folclóricos con la agresividad cromática de la polirritmía y la poliarmonía.
Según dice Helio Orovio en el Diccionario de la Música Cubana, Caturla fusionó “el son y el minué, el bolero y la pavana, la comparsa y la giga, la guajira y el vals, el bembé y el poema sinfónico, la rumba y la forma sonata”. El músico murió a los 34 años, atacado por un delincuente al que debía juzgar. Dejó 11 huérfanos. En Remedios, su ciudad natal, existe un museo dedicado a su memoria.
Caturla conformó un binomio dorado con otro genio de la composición: Amadeo Roldán (1900-1939). Autor de La Rebambaramba(1928) y El Milagro de Anaquillé (1929), Roldán introdujo en el país el modernismo sinfónico, materializado por las obras de Stravinsky y de Bartók.
A los 17 años obtuvo un Premio Sarasate en violín. Por necesidades económicas Roldán trabajó como pianista en cines, restaurantes y cabarets. A pesar de eso tuvo tiempo, junto a Carpentier, de organizar los conciertos de Música Nueva donde exhibió las más grandes obras de la escena internacional. Dirigió la Orquesta Filarmónica de la Habana.