Ranas
Una gran parte de las mujeres cubanas le teme a las ranas. De poco vale explicarles que ellas acaban con las plagas de insectos y son incapaces de cualquier daño a los humanos. Las cubanas no quieren tratos con las ranas. Para las mujeres pesa más la apariencia grotesca y los ojos saltones de los anfibios.
Sin embargo, hay una especie de rana que inspira risa y no temor. Con frecuencia ocasiona un miedo diminuto. La conocen como sapito o rana pigmeo y mide unos 12 mm de longitud. Es el anfibio más pequeño del mundo.
La bautizaron con el nombre de Sminthillus limbatus. Pertenece a un grupo extenso. En el orden Salientia, la familia Leptodactylidae se caracteriza por su tamaño ínfimo. No desova en charcas y lagunas, a diferencia de las otras ranas. Deposita sus huevos en los árboles y debajo de las piedras. Con frecuencia protegen su nidada entre la hojarasca del suelo, un lugar que conserva la humedad por largo tiempo.
Sus crías no pasan por el estado de larvas. Nacen con la forma adulta, similar a la de los padres. La ranita de los curujeyes (Eleutherodactylus auriculatus), su pariente cercana, ejecuta la misma estrategia. Se le nombra así porque vive dentro de la planta parásita llamada curujey.
Cuba posee además la rana arbórea de mayor tamaño en América del Norte y el Caribe. En determinadas época se le puede ver a centenares en los charcos del país. Los aborígenes la conocían como toa, quizás debido a la onomatopeya de su canto.
Sin embargo la rana toro (Rana catesbelana) rompe todos los récords en Cuba. Alcanza un peso y una longitud extraordinaria. Se le encuentra en las lagunas y ríos de la parte occidental del archipiélago. Los cubanos aprecian mucho su carne. También utilizan la piel para confeccionar adornos y artículos de uso, como las billeteras. En algunos lugares le llaman sapo toro, a pesar de que no es un sapo.