Día de San Lázaro
Sán Lázaro, 17 de diciembre.
Un amigo mío peregrina cada 17 de diciembre al santuario de San Lázaro. Dice él que no cree en nada pero que lo hace «por si acaso». También opina que de San Lázaro hay que acordarse siempre porque es único santo que castiga con dolor en el cuerpo.
La historia de mi amigo resulta parecida los miles de cubanos, residentes o no en el país, que peregrina todos los años a El Rincón, situado en un pequeño pueblo distante 25 kilómetros de la Capital de Cuba. San Lázaro y Babalú Ayé, su imagen en el panteón yoruba, sanan las llagas en la piel, la viruela y la lepra. Su maldición, que ocasiona la podredumbre física, es temida más allá de la fe.
Los devotos llegan al santuario a implorar por la integridad del cuerpo. No escatiman muestras de sumisión. Algunos hacen el camino de bruces sobre el suelo, otros arrastran las rodillas y muchos se cargan de cadenas.
El mito original viene desde la Biblia. Refiere al Lázaro leproso que recogía las migajas provenientes de la mesa de un rico. Harapiento y sucio, los perros lamían sus llagas. Con el paso del tiempo se convirtió en el patrón de la orden militar y hospitalaria San Lázaro de Jerusalem.
Su contraparte yoruba, Babalú, recibe en África los oficios de sanador y hermano de Changó. Los cubanos lo fusionaron con el Lázaro católico. El híbrido de ambos se representa como un anciano encorvado y semidesnudo. Tiene el cuerpo marcado por las cicatrices, lleva dos muletas. Dos perros lamen las llagas en sus piernas.
A veces los devotos del santo van a rendirle tributo vestidos con un sayón de yute, tela basta y ruda. El día 17 de diciembre su imagen es mostrada al público en las cercanías de un manantial de agua bendita. Desde allí se dice una misa en Su Nombre. Durante su viaje a Cuba el Papa Juan Pablo II visitó el lugar y se interesó por el hospital de leprosos ubicado en las cercanías.
Después que pasa el 17, el Rincón queda solo o casi solo. Por doquier se ven los restos del vendaval humano que lo asoló. En las afueras, cerca y lejos del altar, se aprecian manos, pies, figuras de oro, de yeso, de cobre, de madera. Son el pago por alguna gracia concedida.